Pinocchio
Hablar de Pinocchio resultaría repetitivo, el redundar en un cuento clásico, adaptado a película infantil, retomado en diversos sectores como “método reforzador” para evitar las conductas no deseadas en los niños, etc.
El nuevo filme de Guillermo del Toro, permite al espectador en su propuesta, ver más allá del conocido castigo: “si mientes te crecerá la nariz”. Y es que, observando la estructura del personaje, es fácil distinguir un YO lábil y débil, sujeto a un SUPERYÓ castigador y castrador, que se le presenta en triada, Geppetto el padre, El Hada, dadora de vida y por si fuera poco la conciencia perseguidora en la figura de Sebastian J. Grillo; así como un ELLO enfocado al placer atendiendo sin límite al menor de sus impulsos.
Pinocchio, desde su orígen se centra en la mentira y sus terribles consecuencias. En esta ocasión, el director construye otras situaciones ligadas a la mentira, en las que pueda resultar como en la historia tradicional, una consecuencia, también como la desfiguración en un intento por superar un momento traumatizante, una evasión al miedo, una doble ganancia personal o incluso un arma para salvaguardarse a sí mismo y a los demás.
Del Toro, deja fluir un gran material digno de analizar y discutir, situaciones que difícilmente un cuento clásico infantil plasmaría, tales como el estilo de vida de una familia monoparental, el alcoholismo del padre, la guerra, el rechazo al hijo por no cubrir expectativas, la sustitución de un hijo por otro como consecuencia de un duelo no trabajado, críticas a la política y la religión.
Pero un tema del que siempre se huye, al que siempre se teme, sin duda alguna es la muerte; y dejando atrás el “vivieron felices por siempre”, esta película muestra de manera natural este proceso, desde el dolor por la pérdida hasta la aceptación de la misma, porque… ¿A quién le resulta fácil aceptar que en todo momento nos enfrentamos o convivimos con ella? ¿Quién se libra de dar apoyo a un doliente? ¿A quién le gusta hablar con sus hijos de la muerte? ¿Quién está preparado para ver partir a un hijo? Es difícil, pues la muerte de un ser amado, implica también una muerte propia, tal como Laplanche lo plantea en “Vida y muerte en psicoanálisis” (1970) “La muerte sería siempre la muerte del otro, únicamente alcanzamos a tener el sentimiento de nuestra propia mortalidad a través de la identificación ambivalente con la persona amada, en el duelo”.