Más allá de la mercadotecnia, de la vorágine comercial que encierra esta fecha, casi casi acaricia un estadio de ausencia de realismo por el embeleso de enamorarse y enaltecer esos efectos como si se estuviera en los dominios del dios Baco.
El origen de la historia de «San Valentín» data de la Roma del siglo III, en este periodo se prohibió el matrimonio para los soldados ya que se creía que los hombres solteros rendían más en el campo de batalla que los hombres casados, pues no había una «ligazón» con la familia, se comprende entonces que el vínculo matrimonial y/o amoroso, resta rendimiento, pero como ha sucedido en otros momentos la religión hace acto de presencia con «San Valentín» quien era un sacerdote que ejercía su oficio en la Roma del siglo III. El sacerdote consideró que este decreto romano era injusto y desafió al emperador celebrando en secreto matrimonios para jóvenes enamorados.
Cuando el emperador de ese entonces se enteró de este acto irreverente pidió a su ejercito la cabeza del sacerdote. Una vez encarcelado «San Valentín» el emperador ordenó que lo martirizaran y ejecutaran un 14 de febrero del año 270.
Démonos cuenta como la tragedia precede al amor, lo inverosímil es que desde el año 270 a nuestra época asumimos que él amor para que sea, para que exista, debe involucrar, sufrimiento, estrés, ansiedad, tensión, arrebato, por ser enunciativo, más no limitativo, pues este tema da para muchos 14 de febrero.
Sigmund Freud decia: «Si amas sufres; si no amas, enfermas». Tanta gente sufriendo por amor, como una consigna, como una sentencia y por qué no, como un goce. En el espacio terapeútico se escucha decir: Es el amor de mi vida, me es infiel, qué tengo de malo para no hallar el amor, lo mal que la pasan cuando se enamoran, la ansiedad, los “desengaños”, la desilusión del “para toda la vida”.
En este sentido, lo que se busca es encontrar a través del otro, algo que no está, buscamos completar eso que nos falta llenar, ese hueco.
¡Enterémonos! amamos precisamente porque somos seres en falta. Cuando uno intenta satisfacer todas las necesidades del otro, se transforma en un objeto, y si soy un objeto, soy una cosa, no una persona, cuestión que no nos detenemos a pensar bajo los influjos del seudoamor.
Preguntémonos entonces si hemos cosificado al amor o nosotros nos hemos cosificado en su nombre.
Lo anterior nos conduce a decir que la persona a quién amamos, no la percibimos de una forma real, sino de modo proyectivo, pues a esa otra persona le adjudicamos propiedades que responden a nuestras propias necesidades inconscientes.
Esto es así, no se ama genuinamente a ese otro, sino a la imagen que nos formamos de él, según nuestros deseos, faltas, temores, carencias, mandatos.
Desde el Psicoanálisis podemos decir que el amor es una elección absolutamente inconsciente, no somos dueños de nuestra elección, hasta que lo hagamos consciente.
También para el Psicoanálisis el amor es de naturaleza narcisista, ya que no se ama precisamente a la otra persona, sino que se ama la imagen de uno mismo en el otro, (proyección).
Cuando amamos de forma inconsciente nos remitimos a aquel momento primario, idílico, simbiótico, que se da entre el bebé y su madre, es el «safeplace», al cual no volveremos a tener acceso, admitirlo duele y por ello nos aferramos a ese deseo, vinculándonos desde el dolor, por ende el amor es una vivencia primordialmente dolorosa.
La propuesta es formar un concepto realista-afectivo, consciente pues, de lo que es amar, amarse, amar a otro, transitándolo, pues soy siendo, amo amando, y se cambia si se tiene voluntad del ello.