
En 1981, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) declaró el 21 de septiembre como el Día Internacional de la Paz, dedicado a conmemorar y a fortalecer los ideales de paz de las naciones y pueblos del mundo. Dos décadas más tarde, decidió por unanimidad designar este día como la Jornada de no violencia y alto al fuego. Durante 24 horas hay un cese a la hostilidad y se dedica a la celebración de la paz, mediante acciones educativas para que las comunidades se sensibilicen sobre este motivo. Incluso, cada año la ONU realiza campañas a nivel mundial en donde la propuesta principal es la paz.
Pero, ¿por qué la preocupación de la ONU por la paz? La respuesta puede parecer obvia, pero también muy compleja; obvia, porque quién no desea vivir en paz, quién no desea vivir sin conflictos y discusiones; y compleja, porque la cosa no es tan sencilla.
Los ideales de paz reflexionados desde el psicoanálisis y, específicamente, desde lo que el mismo Freud plantea en el escrito de El malestar en la cultura (1930 [1929]), pretenden evitar una de las fuentes de sufrimiento del hombre: los vínculos con otros hombres, para que no queden sometidos a la arbitrariedad, sino que vayan en pro de la convivencia humana, porque de no ser así se resolverían en el sentido de los intereses individuales, que en un momento dado responderían a las mociones pulsionales, poniendo al margen a la comunidad, y dejando al desnudo al hombre primitivo que hay dentro de nosotros, ese hombre preparado para la guerra y la destrucción.

Dentro de la cultura se inscriben los ideales de paz. La cultura se construye a partir de la renuncia de lo pulsional y el desplazamiento hacia otras metas, normando por ello, los vínculos con otros hombres. Pero, paradójicamente, al mismo tiempo que la cultura regula estos vínculos y busca hallar un equilibrio entre las demandas individuales y las exigencias sociales, también es causa de hostilidad, al prohibir, frustrar e imponer el cumplimiento de dichos ideales, alterando las disposiciones pulsionales agresivas o de destrucción del hombre, cuyo fin sería la satisfacción de la muerte del enemigo.
Pero, por fortuna, los hombres también estamos habitados por pulsiones que desean la conservación de la vida y no solo la destrucción. En el escrito: ¿Por qué la guerra? (Einstein y Freud) (1933 [1932]), Freud propone que lo natural es apelar a lo contrario del poder pulsional de destrucción, es decir, apelar al EROS: Dios griego del amor y del deseo. Y por incoherente que parezca, se necesita de un monto de agresión y apoderamiento para luchar por la paz de los hombres y los pueblos, es necesario una mezcla de pulsiones.
Parafraseando a Freud, pienso que se necesita del par de opuestos amor-odio para luchar por el desarrollo de la cultura, y de los ideales que preserven la posibilidad de vivir en paz.