«La justicia es la piedra pulida de la venganza»
Lourdes Quiroga

Los humanos no somos seres de la naturaleza, aunque de esta provengamos. Somos seres de la cultura, que regula nuestros vínculos a través de las instituciones que hemos formado. A lo largo de la historia de la humanidad, se han creado organismos que implantan la Ley y se disponen a que esta se cumpla; se imponen prohibiciones y su trasgresión merece castigo.
Aunque sabemos que la Ley está ahí para cumplirse, desde el psicoanálisis, también está para trasgredirse; esto porque precisamente es la prohibición, la que produce el deseo de llevar a cabo aquello que está indicado como no permitido. Se actúa lo prohibido y esto nos lleva directamente al tema de la culpa -moneda de cambio de todas las religiones – y a la necesidad de castigo. El castigo impuesto a quien trasgrede, puede en ocasiones ser ejemplo para los demás; se considera que otros miembros de la sociedad no se atreverán a realizar lo prohibido, una vez que hayan visto las consecuencias que han tenido quienes así lo han hecho.
En realidad, esto no necesariamente sucede así. La omnipotencia del individuo es grande y cabe la posibilidad de que piense que a él/ella no lo alcanzará la Ley porque es más inteligente, más hábil, más corrupto; más conocedor de las formas en las que se puede hacer trampa. También es posible que algunos se basen en la ilusión de no ser aprehendidos, por alguna idea personal que los hace sentir que, aunque trasgredan, no merecen sufrir consecuencias negativas. Algunos otros simplemente deciden arriesgarse y soportar “lo que venga”. En conclusión, vemos en general que el quebrantamiento de la Ley es común.
La Pena de Muerte como castigo, lejos de hacer justicia, denota venganza, y esta no sirve más que para satisfacer el sadismo del poderoso; sentir que se tiene en las manos la vida de los demás, le coloca en un lugar de omnipotencia. Si se argumenta que este severo castigo inhibirá la conducta trasgresora de los demás, se equivoca; ya vimos que esto no ocurre; podríamos decir en palabras coloquiales: “nadie experimenta en cabeza ajena”.

En La Orestíada, Trilogía de obras dramáticas de la Grecia antigua, escrita por Esquilo, aparecen la Erinias, que castigarán a Orestes, persiguiéndolo para siempre por haber cometido matricidio; proclaman que Orestes debe ser castigado, aunque fue Orden del dios Apolo que matara a su madre, Clitemnestra. Al llegar a Delfos, Orestes espera ser perdonado. Apolo le aconseja recurrir a Atena, diosa de la justicia y la sabiduría. Atena forma un tribunal, pero al final el número de votos a favor de Orestes es el mismo de los que están en contra. La diosa de la justicia posee el voto decisivo y se inclina por Orestes. Las Erinias enfurecen y claman castigo y venganza. Atena las calma proponiéndoles compartir con ellas el poder sobre Atenas y asegurándoles que serán para siempre guardianas de la Ley y el orden. Así, las Erinias vengativas se convierten en las Euménides; las benévolas, las justas.
De la venganza a la justicia solo hay un paso; pero hay que darlo. En Psique y Cultura nos oponemos a la pena de muerte.