La vida hay que ganársela, nos dicen desde muy pequeñas nuestras madres y padres; es cierto, pero lo es aún más para las mujeres. La historia de nosotras ha sido difícil, injusta y en muchos momentos, podemos decir, sin temor a caer en exageraciones, trágica. Sólo por poner unos pocos ejemplos recordemos lo siguiente: El 18 de octubre de 1929 la ley reconoció que las mujeres de Canadá son personas. Ellas creían que lo eran, pero la ley no. La definición legal de persona no incluye a las mujeres, había sentenciado la Suprema Corte de Justicia. Mujeres rebeldes vencieron a la Corte.
En 1951 en El Cairo, 1500 mujeres invadieron el parlamento pidiendo derecho a voto. Los líderes religiosos vociferaban: ¡El voto degrada a la mujer y contradice su naturaleza! ¿A qué naturaleza se referirían estos señores? El derecho a voto se logró, pero se condenó a Doria Shafik – símbolo del movimiento – a prisión domiciliaria; por cierto, eso no tenía algo de extraño, en realidad, prácticamente todas las mujeres egipcias estaban condenadas a prisión domiciliaria; solo salían de casa en tres ocasiones: Para ir a la Meca, para ir a su boda y para ir a su entierro.
Y en el deporte, de 1955 a 1970 la Asociación Alemana de Fútbol tenía prohibido este deporte para las mujeres aduciendo lo siguiente: En la lucha por la pelota, desaparece la elegancia femenina y el cuerpo y el alma sufren daños. La exhibición del cuerpo ofende al pudor. ¡Vaya!, al menos para esos tiempos ya nos reconocían alma, para Aristóteles a las mujeres nos faltaba un elemento esencial: Alma.
Y el Eclesiástico (42, 14) dice: Vale más la maldad de un hombre que la bondad de una mujer. ¡Qué terrible! Qué niveles de perversidad nos ha atribuido la iglesia a las mujeres a lo largo de toda su historia. Todo tiene un propósito ¿Cuál será el de ellos?
Como se observa, no importa en qué lugar, si en el político, el religioso, el social o incluso el deportivo, la historia de las mujeres, repito, ha sido injusta, difícil. Pero nada lograríamos poniéndonos en el lugar de víctimas, de infantes asustadas que nada podemos hacer. Hemos demostrado poder hacer mucho. Nosotras ya no somos las mismas y esto ha molestado, irritado, violentado, a muchas y muchos, porque nunca olvidemos que este sistema heteropatriarcal está sostenido por hombres y mujeres. Sí, mujeres que padecen de machismo y misoginia internalizada, que siguen sosteniendo con vehemencia la superioridad masculina.
Y seguiremos insistiendo, dando batalla para construir una historia diferente, más justa e igualitaria (y no estamos hablando del no reconocimiento de la diferencia y la otredad), no solo para nosotras y nuestra generación, sino para las niñas y jóvenes que vienen. No, no queremos ser resilientes, no queremos acomodarnos lo mejor posible en el lugar que quieren darnos muchos y muchas.
Queremos un lugar digno, queremos justicia, respeto a nuestra forma de ser, a nuestros cuerpos y a nuestras vidas y seguiremos batallando por eso, porque estamos seguras que esto que demandamos – aunque sea tan básicamente humano – no nos será dado de manera generosa y por buena voluntad.