Pre-texto
Desde hace mucho tiempo grandes discusiones giran en torno a la relación que puede haber entre la obra Freud y la de Nietzsche, en cómo la obra del primero está fuertemente influenciada por la del segundo, incluso al grado de pensar en una sucesión, relevo o anulación; según la severidad del lector y el tema analizado. En lo personal, más que pensar en un primado, una influencia radical o una anulación de ideas, pienso que cada autor posee una particularidad en la manera en la que aporta una propuesta -a veces intencional, a veces velada- pero, mucho del sentido que le dan a éstas tiene que ver más con las interpretaciones y usos que derivaron de ella.
Parte fundamental de sus similitudes y diferencias radica en lo que compartieron en común: Su lectura de las tragedias griegas, los grandes clásicos de la literatura y la obra de algunos filósofos como lo son, por ejemplo: Schopenhauer, Platón, Aristóteles y Kant. Todo lo anterior junto con la lengua y el país conforman algunos de los elementos que comparten en común, pero en su apreciación y reflexión es donde radica la diferencia.
Muchas de estas cuestiones ameritarían un análisis extenso, por lo particular, uno de los temas que a mí me resulta interesante es comparar la relación entre la tragedia ática y la novela del neurótico, ya que si bien carezco de bases suficientes para decir que el Zaratustra de Nietzsche fue en su época lo más similar a una tragedia ática, sí creo que fue este estilo el que siempre estuvo presente en su obra; estilo que siempre prefirió por cómo representaba los conflictos, las pasiones, las imposibilidades y los anhelos del animal que hace promesas. Por otro lado, Freud siempre mostró esa mesura y desconfianza ante el artista y apostó por el psicoanálisis, un método, por cierto, hecho a su medida. Uno para provocar en la medida de las posibilidades (del mismo método) eso que la tragedia ática podía provocar en el ciudadano del mundo griego, esa puesta en escena de los conflictos pasionales y afectivos que acontecen en la trama del sujeto.
Introducción
Algo que siempre le ha preocupado al hombre – sin importar su tiempo- ha sido el destino. Cómo evitar esos penosos tropiezos, ahorrarse el displacer, el dolor y la desesperación que la imposibilidad y la frustración producen. Siempre él contra un mundo que no deja de tirar ilusiones, un otro voraz e impredecible y un tiempo que no cesa de-venir; todos, obstáculos con los que un personaje protagónico, de cada vida, no cesa de luchar.
Por ello siempre han existido los placebos, los calmantes y los somníferos: algunas veces en forma de palabras bondadosas, de filosofías, leyes o discursos que no buscan otra cosa sino la conformidad, la normalidad y el “bienestar”. Todo con base en un solo planteamiento, negar y anular que en la vida es inevitable sufrir, lo que siempre brinda un anestésico que ayuda a mitigar el dolor a costa de suprimir el afecto y negar el deseo.
No sorprende que esto no haya sido siempre así, ya que en el mundo griego podemos encontrar -antes de la apertura a la filosofía dialéctica- una especie de vivacidad en cada uno de los ciudadanos. Un ser artista de su vida privada dotado de toda una filosofía particular en relación con sus dioses –no caídos, vencido o clavados en una cruz-, sino personajes vigorosos llenos de pasión que disfrutaban igualmente infligir calamidades como tener actos bondadosos. Un lugar donde cada persona podía ser espectador y, a la vez, parte del acto en la representación de los grandes problemas de la trama del hombre, donde se imponía siempre la voluntad y no el abandono ante los obstáculos del destino.
Por otra parte, desde el mundo griego no ha existido otro que ofrezca en su totalidad estas mismas posibilidades, lo cual no quiere decir que no se ha producido obras de inmensa intensidad o capaces de desplegar tan geniales y bastas cosmologías, pero, lo que sí, es que han sido más escasas e incluso ninguna con el suficiente impacto como solían tenerlo las del mundo griego.
Es por eso que el psicoanálisis inaugura una vía, no para hacer arte ni entenderla, sino para brindarle al sujeto una manera de afrontar su pasado y su devenir, -en lugar de eclipsar las tragedias y los deseos como otros dispositivos o discursos-, permitiéndole así crear una narración, una puesta escena de eso que lo ha aquejado toda la vida.
En consecuencia, creo pertinente aproximarse a una comparación entre la tragedia ática y la novela del neurótico para rescatar aquellos elementos que en común brindan esa posibilidad de representar un destino. Uno completo que no niegue el dolor, sino que enseñe a imponerse a la tragedia para no continuar con el puro encubrir de la razón y los placebos.
La tragedia ática en el mundo griego
“La tragedia ática constituía en su origen una lírica objetiva, – o lo que es decir-, una canción cantada partiendo del estado de determinados seres mitológicos, y además, con el traje de los mismos (Nietzsche, 1998: Pp. 218)”. Los dramaturgos encargados de tales producciones debían ser los encargados de la poesía, la música, y la puesta en escena. “Entre las dificultades especiales que hicieron que el camino hacia la fama dramática no llegase a ser nunca muy ancho, cuéntense el número limitado de actores, el empleo del coro y el restringido ciclo de mitos (Nietzsche, 1998: Pp. 214)”. Las representaciones siempre con el acento en el padecer, la presentación en lugares abiertos, y el sentido de masa (representar de lo colectivo) es lo que la caracterizaban.
Los personajes y las tramas, siempre en relaciones con las afecciones del hombre, brindado siempre finales que más allá de proponer un método, o una respuesta frente a los problemas, brindaban una forma de posicionarse, que no es otra que la de la voluntad, lo afirmativo de la vida que se impone ante las perdidas, los acontecimientos trágicos, las imposibilidades y la muerte. Todo en una ficción que se sobrepasó así misma, y que no dejo otra alternativa para los ciudadanos de ese mundo, más que la posibilidad de mistificarlo y venerarlo.
Por ello tales producciones siempre debían estar en relaciones a dos de sus grandes divinidades: Apolo y Dionisio ¿Pero que implicaba el atribuir de la tragedia ática a estas dos divinidades? No un culto a ellos, no una alabaza en sí, sino sus atributos presentes, su acontecer y manifestarse en la producción.
Ahora bien, para eso era necesario un Dionisio que fuera el núcleo, para la puesta en escena de lo grotesco, un suscitar del deseo y la concupiscencia, un suscitar de la embriagues ¿Cómo? “Mediante ese éxtasis delicioso que solo es producido en el enorme espanto que se apodera del ser humano cuando a este le dejan súbitamente perplejo las formas de conocimiento de la apariencia. Si a ese espanto le añadimos la infracción del principium individuationis, asciende desde el fondo más íntimo del ser humano, la embriaguez. Emoción dionisíaca en cuya intensificación lo subjetivo desaparece hasta llegar al completo olvido de sí. Pero precisamente para que haya un regreso a mí, un retornar al mundo, y no haya ese paso hacia lo obsceno de lo dionisiaco romano, es necesario un apolo. Un apolo para que haya representación, para que haya forma, para que haya mesura, límites. (Nietzsche, 1998: Pp. 45)”.
La novela del neurótico
Para hablar de la novela del neurótico seria quizá lo más adecuado comenzar por su origen. Esa imposibilidad que la genera: La de continuar en la poción previa al corte entre el hijo y los padres, que implica una serie de heridas infligidas por la pérdida de ese narcisismo primario, producto de un sexualidad rivalizante, y que al perder contra la ley del padre no consigue más que una serie de castigos, imposiciones y restricciones entorno a las delimitaciones, que son necesarias para que ese sujeto se introduzca a la cultura. Motivo suficiente para emprender un escape a la fantasía y con ello nuevas posibilidades de lidiar con la frustración de esa castración (Freud, 1909: Pp. 218).
Por ello, en un primer momento de este estadio denominado por Freud La novela familiar del neurótico, podemos encontrar como característico ese libre curso de las fantasías en torno a un suprimir de los padres, por un deseo de restitución, donde los verdaderos y legítimos padres (siempre relacionado con las posiciones sociales más altas) serán aquellos que reclamen y con ello libren de tan penosos malestares al sujeto protagónico y lo devuelvan a ese mundo de plenitud que él merece.
Seguido de un segundo momento, donde el sujeto tras dar cuenta de la diferencia anatómica de los sexos, va a replantear de estas fantasías, ya que ahora el lugar de la madre no está en duda, sino su posición de fidelidad con relación al matrimonio, y con ello la posibilidad de volver verisímil la fantasía dentro de la nuevas concepciones, e incluso, la oportunidad de desquitarse del padre. Posición relacionada con la prohibición y el castigo (Freud, 1909: Pp. 18-19).
Razón por la cual es tan importante para el psicoanálisis, sino es que lo primordial a escuchar en su práctica. Ya que en un análisis, por alrededor de cincuenta minutos, puede escucharse una actuación, una puesta en escena del sujeto protagónico para el analista, en concreto un monólogo, donde se pueden escuchar las complicaciones, imposibilidades y frustraciones que lo han asechado toda su vida, los planes maquiavélicos, las quejas y los actores culpables tanto de su dolor como de su gozo y con ello toda una serie de historias con diferentes matices, vueltas y giros en la narración que no hacen más que crear una compilación que conforma toda una historia, una entera cosmovisión de elementos desordenados que confluyen para atormentar y constituir un sujeto.
Entre La novela del neurótico y La tragedia ática
De entrada, es notorio que si hablamos sobre que sería digno de alabanza tanto por su fascinación estética como por su ímpetu y vivacidad; preferiríamos por obviedad la tragedia ática, pero dicha posibilidad, actualmente y sin la supervivencia de ese mundo griego que no nos sobrevive más que bajo los textos, puede considerarse como difícil de alcanzar y los artistas contemporáneos que gozan actualmente de tales dotes para ser comparados con los griegos de la época, se nos presentan en un número reducido si no es que contado.
Por ese motivo, tan importante contribución la del psicoanálisis, ya que nos ofrece algunos de esos elementos, moderados, sujetos a una técnica pero que en momentos cumplen esa función que la tragedia cumplía. Como por ejemplo lo son el irrumpir de la verdad, en ese momento en el que el sujeto enuncia en su discurso aquella palabra, frase u oración que termina por poner esa puesta ante el abismo, aquellos momentos en que las intenciones agresivas nos llevan hasta lo obsceno del deseo y permiten depositar ese amor u odio en los actores responsables de las frustraciones, esos que parecen confabular con el destino. Todo ello siempre narrando a un espectador para que se convierta en testigo de esas contingencias (donde el otro y el destino), no han hecho más darle crueles enseñanzas.
Podemos encontrar así elementos dionisiacos en la escenificación de lo obsceno, tanto en un su discurso como en los actings que conforman un análisis, pero también un elemento ausente que sería la embriagues, y en su lugar solo un yo que recoge y reagrupa. Será tal vez por esto último, que se haya también su en su particularidad, algo que yo podría denominar como una tendencia más apolínea. Ya que al agregar la mesura del espacio cerrado, del tiempo cronológico en el cual es únicamente permitido esta escenificación, el tratamiento que se extrae de discurso y junto con ello el contenido posible de la forma de los sueños, demuestran, en su conjunto, una mesura más radical que en la puesta en escena de la tragedia, pero que vas más acorde para quienes no pueden ser artistas y que solo poseen este tratamiento, que si bien, no se compara a la vida hecha una obra de arte del mundo griego, nos da un suspiro en este mundo donde apremian las vicisitudes, malestares, calamidades, injusticias, además de que no deja de ser el mismo donde: Lo único que no cesa de repetirse es la imposibilidad a la repetición.
Bibliografía
Nietzsche, F. (1998). El nacimiento de la tragedia (Vol. 223). Edaf.
Freud, S. (1909). El delirio y los sueños en la <<Gradiva>> de W. Jensen y otras obras. Buenos Aires: Amorrortu.